miércoles, 24 de septiembre de 2008

Pescar

Pescar. Echo de menos ir a pescar. Pasar horas y horas con alguien, charlando sin esperar que lleguen a picar esos pobres pececillos, disfrutando de los mosquitos, del silencio y de la música en la radio.
Hace años que no lo hago. Siempre solía ir con mi padre. Me lo pasaba en grande y yo tenía mi propia cañita, sí cañita, porque era pequeña como yo y torpe (como yo también)
Y corría, reía y hablaba con mi padre. Recuerdo a la perfección el día que mi cañita inútil pescó algo: era un pobre pececillo adormilado y pequeño, y mi padre se alegró que tras horas, días y semanas, aquella caña casi de mentira pescase algo.
Y a mi me recorrió como electricidad por el espinazo. Yo quería ir a pescar, pero no para pescar, simplemente por ir, y aquel día picó un pobre pececillo, y ya no me gustó; así que le solté a mi padre: "Papa, y no podemos volverlo a dejar donde estaba? Es que ahora que he pescado, no me gusta"
Y mi padre me miró con esa cara entre ternura y estupidez. Y dejamos a aquél pobre pececillo en el agua, y volvimos a poner mi cañita medio de mentira a pescar, pero esta vez sin cebo.

Y creo que explico esto, porque ayer hice una buena obra y el pobre Pichí ha muerto esta mañana.
Ayer llevé con Sara a que me cortaran unas telas. Cuando salimos de la tienda y subíamos por la calle vislumbré no sé como a un pobre gorrioncito, mojado, empapadísimo y queriéndose resguardar de la lluvia en una tienda.
Creo que esa misma electricidad me recorrió el espinazo y sin pensármelo lo cojí entre mis manos para darle calor.
Martes, sobre las 19:40 de la tarde y con un gorrión mojado entre las manos, ah sí y medio diluviando.
Lo llevamos a un veterinario a ver si se podían hacer cargo de él. No se lo podían quedar, no era una especie protegida. Sara llamó a mi casa, ordené que se pusiese mi padre y otra vez esa sensación de ir a pescar.
"Papa, es que verás, está lloviendo mucho y acabo de salir de la tienda y había un pobre gorrioncito mojado, muy mojado y me ha dado pena y lo tengo entre las manos, y los veterinarios no se pueden quedar con él...puedo llevarlo a...? " No me dejó terminar la frase.
"Sí, pámfila que eres una pámfila, traelo a casa, le daremos calor y agua con pan"

Y yo feliz paseando con el gorrión entre las manos, pobrecito Pichí, que así lo bautizamos.
En casa mi padre le habilitó una jaula, le dimos calorcito y me fuí a casa de Sara a cenar.

Esta mañana Pichí estaba muerto, pero almenos no era bajo la lluvia, con frío e intentando resguardarse en una tienda.


Y ayer durante unos instantes fuí yo ese gorrión que habían recojido bajo la lluvia, aunque no había paraguas que nos cubriese.

1 Comment:

Kiryë said...

Jo, pobre Pichi.

No sé hasta qué punto los pájaros tienen consciencia de las cosas, pero si llegó a tenerla, seguro que le hizo feliz que alguien se fijara en él y le diera un poco de calor.